Si queremos cambiar una conducta inadecuada o enseñar algo nuevo, lo primero que
tenemos que hacer es identificarla lo más objetivamente posible. Para ello, debemos definirla
en términos específicos que requieran un mínimo de interpretación, es decir, de
forma clara, de modo que pueda ser observada (medida y registrada) por personas diferentes
sin necesidad de hacer suposiciones y/o valoraciones subjetivas. Nuestra conducta depende de las consecuencias que obtengamos de ella. Utilizamos
el medio para obtener consecuencias positivas, agradables y para evitar consecuencias
negativas o desagradables. Repetiremos aquellas conductas que van seguidas de un premio
o recompensa y no repetiremos las que no proporcionan consecuencias agradables.
En consecuencia, cualquier intento de eliminar o disminuir una conducta que simultáneamente
no premie las conductas incompatibles, será un fracaso. Por ello, conocer la relación
que existe entre la conducta y sus consecuencias, tipos de consecuencias y cómo
usarlas es fundamental para garantizar una enseñanza eficaz.
Las consecuencias pueden ser positivas o negativas. Las consecuencias positivas son
aquellas que aplicadas inmediatamente después de una conducta producen un aumento
en la frecuencia de ésta. Pueden ser actividades; juegos y juguetes; atención, elogios,
sonrisas, alimentos o bebidas preferidas de cada persona; etc. (ver anexo: “Tabla de premios”).
En general cuando una persona obtiene consecuencias positivas se siente querido
y aumenta la seguridad en sí mismo.
Las consecuencias negativas son aquellas que aplicadas inmediatamente después de
una conducta concreta disminuyen o eliminan la emisión de esa conducta.
NATALIA ASTAIZA
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